Desde el primer movimiento, François Leleux demostró por qué es uno de los más grandes intérpretes de este instrumento en la actualidad.
« Desde el primer movimiento, François Leleux demostró por qué es uno de los más grandes intérpretes de este instrumento en la actualidad. Su entrada fue como un torrente de virtuosismo y sensibilidad. Lo que distingue a Leleux no es solo su prodigiosa técnica, que le permite navegar por los pasajes más complejos con una facilidad asombrosa, sino su capacidad para transformar cada nota en un susurro lleno de significado. En el primer movimiento, Moderato, su control absoluto del aire y del cuerpo fue evidente en cada fraseo, en cada respiración sutilmente contenida, en la manera en que moldeaba las dinámicas con una precisión casi sobrehumana. El segundo movimiento, Poco andante, de una belleza etérea, fue un diálogo íntimo entre el solista y el conjunto orquestal, en el que la interacción entre ambos alcanzó una sincronía exquisita. Leleux no solo tocaba su parte, sino que parecía cantar desde lo más profundo de su ser, haciendo que el oboe dejara de ser un mero instrumento para convertirse en una extensión de su propia alma. En el último movimiento, Poco allegro, la orquesta asumió un papel más enérgico, aunque siempre dejando espacio para que el solista brillara, y Leleux, con su maestría habitual, llevó la obra a un cierre deslumbrante, sin perder ni un ápice de frescura o elegancia. La orquesta, dirigida con mano firme pero sensible, lo acompañó con una corrección impecable. No hubo excesos ni desvíos; el equilibrio entre solista y orquesta fue siempre adecuado, pero la estrella indiscutible de este momento fue el oboísta, que tras finalizar la pieza regaló al público un bis en honor a su maestro. Ese fragmento de la Danza de los espíritus bienaventurados de Gluck, cargado de emotividad y gratitud, fue un deleite para los sentidos, un broche final que destiló la esencia más pura del arte musical, un obsequio del alma de Leleux que dejó a la sala en un silencio reverente. »
« Con Leleux, el instrumento y sus dificultades técnicas, contra las que en ocasiones se ve luchar a los músicos, literalmente desaparece, convirtiéndose en un mero vehículo de expresión que forma parte de su propio organismo. El concierto del checo Bohuslav Martinů, que Leleux tiene grabado con Daniel Harding y la Orquesta de la Radio de Suecia, es una obra que apenas se toca en concierto y, aun representando una novedad para el público valenciano, por obra y gracia de Leleux la aplaudió como si se tratara de una composición del gran repertorio. Quizás lo que más llama la atención es la inaudita capacidad para graduar las dinámicas en una misma frase desde el susurro a la declamación, como si de la voz humana se tratara. La expresión corporal del músico francés es expansiva lo que no es raro si tenemos en cuenta que compagina el oboe con la batuta. »